Delicatessen con sabor a niño pequeño
Pelo rubio y rizado, largo, con un sutil despeinado que le otorgaba ese plus de belleza descuidada, y su mejor vestido, aquel negro que se compró para la boda de Alicia, con el que consiguió irse a casa con uno de los solteros.
Se insinuaban sus curvas por debajo de la fina tela, se entallaba lo justo como para no marcar los excesos de las vacaciones en familia. Finos brillantes alrededor de un escote en V y un tirante estrecho que jugaba a caerse y romperle el look.
– Creo que he perdido tetas en algún momento desde aquella boda, antes el tirante no se movía -pensaba ella-
Menos mal que el vestido conservaba el largo justo, esa medida en la que cualquier fetichista pudiera observar su tacón rojo de aguja.
Estaba radiante, pero no se lo creía. Desde que su acompañante la dejó sola para ir a ver a unos posibles compradores, ella se había dedicado a observar a todas las chicas de la fiesta desde un discreto rincón. Todos sus vestidos preciosos, zapatos de firma, sus complementos caros y… y de repente le vio.
Nunca un chico había llevado tan bien una combinación tan extraña. Traje negro juvenil, ligeramente entallado, lo que hacía resaltar su increíble cuerpo, camisa negra y una corbata gris, del color de la plata envejecida que hacía de todo menos envejecer su apariencia, y su extraño complemento: una coca cola.
No había en las mesas, los camareros en sus bandejas llevaban diferentes clases de vinos y cavas, pero no coca cola. Estoy segura de que alguien habría matado al chico moreno de pelo tan desenfadado como el de ella por comer las delicatessen servidas mezcladas con aquella bebida de niños pequeños.
Y sin querer apartar la vista de él, o más bien sin poder; Absorta en dar una explicación al descubrimiento de la noche, se encontró con su mirada y el miedo a que su tirante estuviera caído, la paralizó.
– ¿Aburrida?
– No, intrigada.. -Y sonriendo coquetamente miró la coca cola del chico misterioso frunciendo el ceño para preguntar sin hablar.-
Era una experta en liarse cuando hablaba y morirse de risa con ello por su poca capacidad de procesamiento, así que aquella noche, con su vestido de la suerte de las ocasiones especiales, frente al chico del traje a juego con la bebida, prefería no arriesgar.
– También echo ketchup en las comidas -dijo el, y le dedicó la mejor interpretación de una cara de niño bueno que había visto jamás- pero sólo en las reuniones informales, lo prometo.
Empezaron a reír juntos.
– Si vienes conmigo, tengo un infiltrado en la barra que te dará una a ti también.
– Que sea light, ya he cometido demasiados errores culinarios estas vacaciones.. – Dijo ella encorvándose hacia atrás y exagerando su incipiente barriguilla veraniega.
– A mí me gusta.
Y la besó en la mejilla despacio, mientras su mano tímida le acariciaba en la nuca los rizos despeinados.
Y entonces ella cerró los ojos y lo supo… quería que hubiera coca cola y ketchup en su nevera para siempre.