Mi pedida de mano Vol.2 – El 100%
Como os comentaba en la primera parte de la serie Pedida de mano, la emoción era enorme y os podéis imaginar cómo estaba el día antes del viaje. Ya no podía ocultar mi ansia, estaba en modo «día antes de reyes» las 24 horas del día, lo que implicaba que también estuviera así en la oficina. Ese día, me despedí de mis compañeros con dos claras sentencias: «como Hecter no me lo pida en Londres secuestro el avión de vuelta» y «traed gafas de sol el lunes para que podáis apreciar mi anillo«. Ese era el nivel de mi bipolaridad.
La pedida de mano: 7 de septiembre, un día antes de EL VIAJE
En casa, haciendo la maleta, Hecter me pidió con una cara de… «Mmmm venga, tengo que hacerlo«, que metiera un vestido guay. Lo hice mientras le veía doblar una camisa, la que más me gusta. Todo cuadraba con mis suposiciones. Y digo esto porque semanas atrás hablando de planes que hacer en Londres, cuando le comentaba dónde podíamos ir a cenar y dónde reservar, siempre ponía pegas, así que me dio por pensar que no quería reservar una cena porque YA LA HABÍA RESERVADO, muahahaha.
Otro día, hablando de un restaurante en el Sky Garden, conversación que yo saqué para indagar, me dijo que ya estaba todo lleno… Lo cuál me hizo pensar más a fondo que quizás había estado mirando restaurantes y que la pedida sería cenando comida inglesa, no es la fiesta de la gastronomía, pero a mí me valía mucho.
Día 8 de septiembre: ¡Volamos a Londres!
El día 7 pasamos la noche en el aeropuerto ya que nuestro avión salía de madrugada, cuento esto porque luego todo tendrá más sentido con el contexto. Pasar horas tirados en el suelo de un aeropuerto mientras unos señores dan martillazos no es bien. Dormimos CERO.
Volamos con Ryanair, lo que significa pasar un vuelo en una tómbola con alas y encajonado sin libertad de movimientos. Dormimos CERO de nuevo.
Llegamos a Londres y las horas en vela se volvieron alegría y recuerdos. Todo era emoción y entusiasmo, así que nada más llegar al hotel en King’s Cross, dejamos las maletas y nos fuimos a Camden caminando.
Allí disfrutamos de un soleado día comprando, recorriendo el mercado y debatiendo sobre si comprarme un bolso o no. Y aquí llegó la primera crispación de Hecter. Generalmente no suele poner pegas ante mis dudas y mis regateos con los precios en los mercados, pero ese día sí. Al final pillé el bolso y a comer.
Después de gastarnos 4 libras en las alitas con patata del Tennessee chicken que tantas y tantas veces nos alimentaron en nuestro año en Londres, volvimos a King’s Cross y ahí ya llego nuestra muerte.
Decidimos echarnos una siesta después de día y medio sin dormir, que bien merecida la teníamos. Pusimos la alarma con tiempo para darnos una ducha antes de salir a patear por St. Paul. Le dije a Hecter que estaba cansadísima, que prefería quedarme por la zona y dar un paseo tranqui, pero se puso pesado con ir, qué le vamos a hacer.
Sonó el despertador como en esos momentos en los que parece que desde que te has dormido hasta que suena han pasado escasos 3 minutos. Pero no, había pasado hora y media. Aun así, yo no podía levantarme de aquella cama; me tenía atrapada, atada, la almohada me había echado burundanga de la buena y mi cuerpo no respondía.
Hecter poco a poco iba panicando, al principio dejó que me durmiera en lo que él se daba una ducha, luego comenzó con los «veeeeeennnnga» «vaaaaaaamos», como no respondía, ya pasó al chantaje más duro y rastrero «jobar, venimos a Londres y estamos en el hotel. Yo también estoy cansado pero a mí me hace ilusión pasear por ahí contigo…». Estas palabras hicieron alguna conexión en mi cerebro y conseguí salir de la cama.
Me di una ducha de cuerpo que bien necesitaba, me hice el moño de rigor que tanto me caracteriza y que tantas veces me ha salvado; BB cream en la cara, raya en el ojo y pillé algo de ropa de la maleta sin mucho pensar. Total, él iba con la camiseta de helados y la sudadera de Star Wars, así que… Me puse la chaqueta, la mochila y salimos.
Todavía no teníamos la oyster para los trayectos así que hicimos cola para sacarnos una, luego no, luego sí, luego que la sacamos en las máquinas, no mejor en atención al cliente… Así se nos pasaba un tiempo precioso en el que Hecter hiperventilaba debido al estrés que le producían tantas colas. O eso decía.
Al final Hecter tomó las riendas y sacó dos billetes sencillos, a tomar por culo, nos costaron igual que las Oysters casi, pero eso creo que en ese momento poco le importaba.
Pillamos línea de metro y aparecimos en St Paul, sacó el móvil e intentó orientarse, en esas yo me giré y vi un edificio gigante justo encima de nuestras cabezas. Gigante, brillante y nuevo para mí. Al decírselo le pareció fantástico ir hasta la puerta a ver qué era.
En el recibidor había una chica contando la película y fui a pedir información movida por la intriga, pero no caminé ni dos pasos cuando él sacó de su mochila dos entradas ya impresas y con voz chulesca me dijo «Ya había sacado entradas, que sabía que este sitio te iba a gustar» UUUUOOOHHHH!!! Flipé, INFINITO… ¡Estábamos en The view from the Shard y era todo nuevo para mí!
Al entrar nos dieron una audio guía y nos montaron en un ascensor de estos que van tan rápido que no te da tiempo casi ni a seguir los números. Todo muy Empire State, de hecho es considerado el Empire de Europa ya que tiene una altura de 310 metros, por lo que es el edificio más alto de Europa occidental.
Llegamos al piso 69 y recorrimos poco a poco todas las ventanas viendo Londres desde arriba, felices y contentos. Entonces Hecter comenzó con su momento de despiste 2, la charlita romántica:
«Nena, sé que te he metido mucha presión hoy pero era para que viniéramos, es que veía que no llegábamos porque tenía ya las entradas a una hora. Sé que estamos cansados pero hoy hace sol y por eso lo he pillado hoy… y blablablablaablablaa, y mimimimi, y aquí llegó la frase estrella: es que he cogido estas entradas porque quiero que cada día de este viaje sea especial, y casi nos perdemos la sorpresa de hoy«.
A mí con esto me convenció, de hecho jamás creí que hubiera nada detrás. Tengo que reconocer que miré de reojo y «sin querer» alguna búsqueda del PC cuando se ponía a buscar, aunque ahora creo que estaban cuidadosamente pensadas para despistar y acompañar su explicación de por qué visitar The Shard.
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Me ha traído por sorpresa al shard y estoy flipándolo muy fuerte
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Hicimos 200 millones de fotos, tomamos café, nos reímos tirados en el suelo, subimos al piso 72 hasta que anocheció y estuvimos horas viendo cómo se apagaba la ciudad mientras recordábamos nuestras historias Londinenses. Fue perfecto ya así.
Cuando llegó la noche Hecter se fue al baño y yo me quedé mirando muy feliz hacia el Big Ben y viendo los coches pasar. Era de noche, estaba todo oscuro en The Shard y había poca gente desperdigada por la planta. De repente me giro y veo a Hecter con dos copas de champán, entonces mi cerebro conectó todo, como cuando entiendes después de mucho tiempo un cacho de una canción, todo en mi mente empezó a tener sentido y por otro lado nada tenía sentido según mis indagaciones previas.
Junto con las copas de champán traía EL LIBRO. Nuestro libro, el que me escribió a mano al principio de nuestra relación en la que contaba nuestros inicios. Ese libro no estaba acabado, de hecho Hecter escribió en las páginas impares para dejarme las pares, yo tenía que escribir mi versión de la historia también. Pues ese libro, el cuál tenía muchas más páginas por delante estaba acabado finalmente. Había seguido escribiendo desde donde lo dejó y ocupando todas las páginas con su letra y nuestras fotos, había completado nuestra historia de novios.
No lo pude leer en ese momento lo primero porque había mucho que leer y lo segundo porque ni las lágrimas ni los nervios me iban a dejar, y sí, lloré y lloramos como en las películas. Leí las dos últimas páginas abrazada a Hecter y hecha un mar de lágrimas, porque jobar, decía unas cosas tan bonitas… La última página del libro acababa con un <<¿Quieres llegar conmigo al 100%?>> Al pasar la hoja, en la contraportada del libro había un sobrecito de donde sacó un anillo y con un intento sutil de hincar rodilla (yo me negaba en rotundo a que se arrodillara pero Hec quería hacerlo, así que fue un mix), me preguntó oficialmente si me quería casar con él. Ahí mismo, con mi BB cream de 9.90 y mis pelos sin peinar, con su sudadera de Star wars y sus zapatillas, tal y como somos nosotros. Mi respuesta fue «Sí, mil veces!». Lloramos más, nos reímos más, hice mil fotos a mi diamante nuevo, que no salieron bien por la luz, y otras más decentes que guardaré para siempre. ¡Ani in the sky ya tenía diamond!
Llegó el 100% para nosotros y comenzaba así la aventura bodil a tope. La fecha sin boda ya estaba completa y el 5 de agosto pasaba a ser oficialmente una fecha importantísima en nuestras vidas.
Cuando se nos pasó la emoción lo contamos vía whatsapp a nuestros amigos y familia. Mis amigas, compinchadas con Hecter todo el día, me empezaron a informar por fin de todo lo que había ocurrido entre bambalinas en ese tiempo y fue genial. Hecter, muy apañado él, llevó impreso un 100% y fue la foto que pasamos a la familia, ansiosa por confirmar.
Ani in the SKY with DIAMONDS nunca fue tan real.
Gracias Hecter por tocar el cielo de las pedidas.
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PD: No nos pusimos ni la camisa bonita ni el vestido piti en todo el viaje.