Salir de fiesta y casi morir en el intento
Mi resaca de ayer debería contar como motivo aceptable de baja laboral, como puntos de una oposición de lo que sea y hasta para ser nominada al Príncipe de Asturias de investigación científica. No creo que nadie haya investigado el poder de las mezclas etílicas con tanta gracia como yo la noche del sábado y me merezco un premio por ello, no una medalla, me merezco al Príncipe Felipe entero.
Ayer pasé un día de metabolización de los líquidos ingeridos. Ganadora total del premio a la borracha del año, creo recordar que Peter Jackson me pidió los derechos para hacer una película: El estómago que se rebeló contra su propio cuerpo. Burlé a la muerte aunque tuve que pelear con ibuprofenos y dientes.
No puedo hablar de mi día de resaca sin una mención especial a mi compañero de fatigas resaquiles, el cual me acompañó en el experimento de Hidalgos de Ginebra+chupitos de Jägermeister, él corrió mejor suerte en lo que a estómagos se refiere.
Me cuidó ayudándome a seguir en este mundo gracias a mimos y platos de macarrones y animando la tarde redactando conmigo en la cama el libro: «como no volver a beber for dummies». Fue el encargado de custodiar mis adorados zapatos rojos y de aguantar mis lágrimas de pena al ver la cola de los taxis y mis lágrimas de risa al llegar a casa y ver la escena surrealista que se dibujaba en la cocina: Una morena sentada a las 6 de la mañana entre platos sucios fumando más digna que la gran Sarita Montiel.
A este compañero –que me rio yo del Satur de Águila roja– le debo la vida. Menos mal que no nos encontramos a ninguna buscona cuando de camino a casa le dejé 5 veces debido a mi enfado por tener que ir a casa andando..
El sábado por la noche además de media botella de Bombay, también llevaba una pistola y unas esposas. La pistola murió aplastada por «el amigo del Jose«, Jose era un tarao yonki de San Justo del que me hice amiga, y su colega, que se daba por encañonado me rompió la pistola a pisotones diciendo: «Que-no-me-apun-teeeeesss«, se ve que tenía algún trauma de la carcel o algo… Yo muy ofendida le dije que me había roto mi arma de ligar, él me pidió perdón. De las esposas nunca más se supo.
Como conclusión final me digo a mi misma, el camarero de ese bar intenta emborracharte siempre que vas (véase la noche que bebí vodka negro), apunta una nota mental Anita, guapa, ¡no volver!